Dos días. Había tomado dos días para que las extrañas bestias pudieran separarse de las sombras. Ella tomó su vieja muñeca de trapo y la abrazó contra su pecho. Estaban demasiado cerca. En un mes habían avanzado desde el horizonte. Mañana, o el día siguiente, estarían sobre su garganta. ¿Qué haría ella entonces? Yoko agitó su cabeza. Es sólo un sueño. Si el sueño volviera una y otra vez, durante otro mes o más, seguiría siendo sólo un sueño. Pero diciendo eso no pudo calmar la angustia en su corazón. Su pulso se mantenía acelerado, los latidos de su corazón golpeaban fuerte en sus oídos y su respiración quemaba su garganta. Ella se aferró a su muñeca de trapo, como si se aferrara a su propia vida. Ella arrastró su cuerpo fuera de la cama. Se vistió con su uniforme de la escuela secundaria (ciclo medio) y bajó por las escaleras. No importó cuan mala se volvía la situación, ella siguió manejándose en los asuntos cotidianos con la naturalidad de costumbre. Ella se acicaló e ingresó en la cocina. "Buenos días", dijo ella. Su madre estaba junto al fregadero, preparando el desayuno. "¿Ya te has levantado?" Dijo su madre mientras la miraba hacia atrás por encima de su hombro. Una mirada de preocupación se reflejó en su rostro. "Has vuelto a enrojecerte", agregó. Por un momento, Yoko no entendía a lo que su madre se estaba refiriendo. Entonces ella tomó el cabello de su nuca y lo movió hacia el frente. Normalmente Yoko trenza su cabello antes de entrar en la cocina, pero en esa oportunidad, lo había trenzado la noche anterior y por la mañana su cabello se encontraba totalmente desarmado. "¿Por qué no te lo tiñes, sólo para ver como te queda?" |