Yoko agitó su cabeza. Su pelo rozó sus mejillas. Su cabello era de un extraordinario color castaño rojizo para un japonés. La exposición a la luz y al agua lo habían aclarado aún más. Alcanzó tonos medios en la parte posterior y un color casi rosado en las puntas. "¿Tal vez, si te lo recortas un poco?" presionó su madre. Yoko no respondió. Arqueó su cabeza y rápidamente logró armar una trenza de tres líneas. Procurando ocultar las zonas claras, consiguió darle un aspecto más oscuro. "Me pregunto de qué lado de la familia lo has heredado", murmuró su madre en un breve suspiro. "Sabías que tu maestro me hizo la misma pregunta, incluso me preguntó si eras adoptada". "¡Imagínate eso! Él también pensó que sería una buena idea teñirlo". Yoko respondió, "Teñir el cabello es contrario a las reglas". Su madre, ocupada en la preparación del café dijo, "Entonces córtalo, así no destacará tanto". Usando un tono de sermón maternal agregó, "una buena reputación es lo más importante para una muchacha". "Una chica no debe llamar la atención o dar razones para que las personas cuestionen su carácter". "Ese no es el tipo de cosas que deseas que te pasen a ti, eso es todo lo que estoy diciendo". Yoko baja la vista hacia la mesa de la cocina. "Tú sabes como las personas miran tu cabello y levantan una ceja". "Cuando regreses de la escuela, detente en la peluquería y haz que lo corten". "Yo te daré el dinero". Yoko emite un quejido. "¿Has entendido lo que te acabo de decir?" "Si". Yoko posó su mirada en la ventana, el día gris y oscuro comenzaba a aclarar. Era mediados de febrero en Japón. El cielo invernal se veía frío y cruel. |